sábado, 17 de diciembre de 2011

JUNINPAIS 2011 Aontología Ediciones de las Tres Lagunas

GOLAZO
cuento

Como de costumbre, no usé changuito y compré de más al pedo. Apilé las cosas sobre el brazo izquierdo. Con la mirada recorrí la góndola de lácteos.
Allí estaba- redondita, colorada brillante-, imaginé saboreándola picantita, se me hizo agua a la boca. Sin mirar el precio la agregué a la montaña de productos comprados.
- ¡Basta, no gasto un peso más ¡-dije
Llegué agitada a la caja para diez artículos, había poca gente, y me ubiqué última en la cola.
Odio ir al supermercado. Odio ir a comprar. No entiendo a quienes les gusta pasear entre las góndolas. Los sábados a la mañana, anda toda la gente con los carritos, como al volante de una Ferrari. Empujan, aplastan, sin pedir permiso ni disculpas. Los niñitos chillan y los matrimonios se pelean…
Quedé detrás de una rubia perfumada con Carolina Herrera falso. Me di cuenta de ello, cuando afloró mi alergia. Comenzó con picazón en la garganta y falta de aire.- Lo que me faltaba- pensé
La mujer con un celular de última generación hablaba a los gritos con su marido; él buscaba latas de tomates en la otra punta del súper y no encontraba la marca que ella le ordenó traer.
El marido de la rubia tardó en venir. Pobre tipo. Se ligó un -¡sos boludo!- de la
esposa, por atreverse a una marca distinta de la sugerida por la mujer.
A esa altura mi cabeza semejaba un bombo Los iones negativos, me perforaban como agujas. Por radio escuché que - eran como rayos invisibles que se formaban donde se acumula mucho plástico - ¿será verdad? —
Tenía tres personas y la rubia delante de mí. Pensé que el brazo no resistiría la espera.
Parada frente al mostrador, la vaca estampada sobre el papel violeta que cubre un chocolate famoso, me decía--comprame- Yo, solidaria, obedecí. Cuando estiré el brazo derecho para sacarlo del anaquel ¡ mierda!, se cayó lo que sostenía con el izquierdo. Primero el pan, luego el jamón así fue como me agaché varias veces para levantar lo que se deslizaba de mi brazo.
Junté y logré poner todo sobre la cinta sinfín.
La banda negra de goma se movía lenta. La próxima para pagar era yo.
Saludé a la cajera y le entregué la tarjeta de crédito. Adelanté la pierna derecha para avanzar a recibir las bolsas; el pie chocó con algo. Bajé la vista. Allí estaba: redondita, envuelta en celofán colorado brilloso como un rubí gigante, la marca pegada, con forma de cucarda como llevan los toros campeones en las ferias ganaderas.
Nuevamente la sensación en la garganta. La lengua cargada de saliva, recordó el sabor intenso, y su aroma inconfundible penetró en mis fosas nasales.
La cajera me devolvió la tarjeta. Miré alrededor.
Despacio, con la puntera del zapato arrastré la pelotita colorada para adelante, luego le apoyé todo el pie encima, la paré, calculé la distancia. No debía errar el tiro.
Según mi familia tengo una derecha potente.
La colorada estaba justo en el extremo de la caja, lista para saltar, sólo quedaba embocarla en el lugar preciso.
Tomé las bolsas de plástico blanco, repartí el peso para compensar, las retiré de la bandeja, y apoyé dos en el suelo. Simulé agacharme. Suavemente, aproximé la puntera del zapato derecho debajo de la horma colorada. Con sutil envión la empujé dentro de la bolsa donde llevaba el pan. ¡Golazo!
Me incorporé, derecha, mentón arriba salí por la puerta que da sobre avenida Maipú.
El miedo a ser descubierta hizo que mi corazón rebotara en el pecho.

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